Conocido como “El sempiterno regañón”, José Antonio Anzoátegui constituye uno de los ejemplos más claros de la dureza de la Guerra de Independencia.

Anzoátegui (1789-1819) formó parte de la Campaña de Guayana (1812), estuvo preso en las Bóvedas de La Guaira, peleó en Araure, la primera de Carabobo, la Toma de Santa Fe de Bogota (1814), la Expedición de los Cayos, San Félix, Semén y Boyacá, siendo esta última su gran actuación histórica.

Son varias las anécdotas que hablan sobre su dureza, pero resalta una contada por un legionario británico.

Alexander Alexander, oficial de la Legión Británica, es citado por Hancer González Sierralta en su libro José Antonio Anzoátegui: Accionar y forja de un héroe binacional (1810-2019).

José Antonio Anzoátegui: Accionar y forja de un héroe binacional (1810-2019).
José Antonio Anzoátegui: Accionar y forja de un héroe binacional (1810-2019).

“El general Anzoátegui (Answartez, según el texto original) era joven, buen mozo y tranquilo. Nunca lo vi perder el aplomo ni cometer falta alguna como no fuera esta excesiva severidad con estos pobre indios. Las circunstancias del momento, sin embargo, eran peligrosas”, apuntó Alexander.

¿Cuál era la excesiva severidad? Los castigos por las deserciones.

Recordemos que, en pleno conflicto, la conscripción aumentó. Eran pocos los que dejaban gustosamente su hogar para irse a marchas inmisericordes, a sufrir hambre y enfermedades, hasta quedar heridos o terminar muertos de la manera más o menos dolorosa posible.

Un soldado reclutado a la fuerza buscaba aprovechar el momento propicio para huir y volver a casa. Y los oficiales debían tomar las decisiones más cruentas para evitarlo.

Los castigos por las deserciones en el ejército de Anzoátegui

A continuación, el recuerdo de Alexander Alexander sobre los castigos para los desertores en el ejército de José Antonio Anzoátegui.

“Yo pensaba mucho cómo habrían logrado los criollos forzar a tantos indios a dejar sus casas y familia en tan corto tiempo. Los obligaban a llevar armas, y vivir bajo la ley militar; y se les azotaba y se les fusilaba si desertaban, en el mismo continente donde eran temidos y halagados (…) Grandes números de estas pobres criaturas no sabían una sola palabra de castellano (…)”.

En otro punto señala el legionario británico:

“Nuestra fatiga y privaciones hacían surgir tristes recuerdos; pero la más terrible y dolorosa escena tenía lugar antes de marchar por la mañana, cuando los pobres indios, a quienes se había forzado a salir de sus hogares, y eran retenidos contra su voluntad, eran recapturados durante la noche cuando intentaban volver a sus bosques nativos.

Lanceros colombianos del siglo XIX
Lanceros colombianos del siglo XIX

Apenas si pasaba un día en que no hubiera tres o cuatro de ellos fusilados, sin fórmula de juicio, por desertores; se les separaba de la guardia que los custodiaba, simplemente, se les llevaba un poco fuera del camino, a vista de todos, y se les fusilaba con una sola bala para ahorrar municiones.

Un oficial criollo estaba siempre presente, quien con su espada los decapitaba, y donde caían allí se les dejaba sin sepultar.

El General Answartez (sic) estaba comúnmente presente, ya que el general Páez venía en la retaguardia con la caballería. Estas cruentas ejecuciones eran realizadas con proterva crueldad, a quemarropa, a veces tan cerca, que los fusiles incendiaban las camisas de las víctimas”.

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