El oficial inglés Guillermo Miller dejó en sus memorias su visión sobre las corridas de toros en Lima, Perú.

Recordemos que Miller (1795-1861) sirvió bajo las órdenes de José de San Martín, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, durante las guerras de independencia en Chile y Perú.

¿Cómo se vivía este tipo de entretenimiento de herencia española, que hasta el día de hoy persiste en algunos lugares del mundo?

Corrida de toros, por Francisco de Goya
Corrida de toros, por Francisco de Goya

“La plaza de toros es el edificio mejor construido y el más cómodo de cuantos hay para diversiones públicas en Lima. La pared o muro exterior es un círculo de media milla de circunferencia, tres órdenes de palcos rodean un circo descubierto. Encima de los palcos bajos y delante de los de en medio que están más retrasados, están diez o doce filas de bancos colocados en declive desde el frente de los palcos del centro hasta el borde de los palcos bajos. El total de asientos en la plaza asciende a unos diez mil y se llenan de una multitud de gentes de todas especies que van a gozar de aquella diversión en cualquiera parte donde se verifique.

En medio del circo hay una especie de burladero de dos filas de fuertes estacas que se cortan perpendicularmente formando una cruz, y dejando de estaca a estaca el intervalo precisamente necesario para que un hombre pueda pasar de costado y los lidiadores puedan salvarse cuando se ven acosados o perseguidos muy de cerca por el toro.

La afición a las corridas de toros introducida por los primeros españoles se conserva en toda su fuerza por sus descendientes americanos.

El anuncio de la proximidad de una de ellas produce en Lima un movimiento y alegría en todos sus habitantes, de cualquiera clase o condición que sean. El día que se verifica, las calles están llenas de gentes que apresuradamente se dirigen a la plaza, poseídos de la mayor alegría; y los habitantes de las inmediaciones, vestidos del modo más vistoso que pueden, aumentan la concurrencia y contribuyen a darla interés.

La función se ejecuta en Lima con una ostentación y magnificencia que sobrepasa a todas las otras ejecutadas en la América del Sur, y quizás supere a las de Madrid. El acto de matar al toro, cuando lo ejecutan bien, produce tanto interés en las señoras de Lima como la muerte de la liebre a las cazadoras inglesa o el caballo veloz que gana el premio en las corridas de Newmarket o en Doncaster causa a las señoras de tono y rango de Inglaterra, o experimentan las mujeres que se reúnen para ver ahorcar algún desgraciado o presenciar los cachiporrazos y roturas de cabezas de una elección disputada.

El más aficionado pugilista inglés no puede tomar más vivo interés en un combate de dos afamados gladiadores que los caballeros de Lima en el modo de lidiar un toro.

La Corrida de toros, por Edouard Manet
La Corrida de toros, por Edouard Manet

Es seguramente digno de atención cuán diferentes son las ideas de crueldad que se tienen en cada país. Un inglés, por ejemplo, exclamará tal vez contra la barbarie de las corridas de toros, comparadas con el noble divertimiento de la riña de gallos, combate de tejones, etc. Pero su horror ilustrado no excedería al disgusto que un joven de la América del Sur manifestó al presenciar una riña a puñadas entre dos jóvenes en Hyde Park, rodeados y achuchados por una multitud, de lo que él tituló bárbaros bien vestidos.

Así pues, hace reír observar la facilidad y complacencia con que los pueblos se acusan unos a otros de crueldades, sin tomarse la pena de echar una ojeada sobre las costumbres de su país.

Los toros destinados para correrlos en la plaza los llevan principalmente de los bosques del valle de Chincha, donde se crían feroces; y el reunirlos y conducirlos [a] Lima, distante sesenta leguas, es cosa muy costosa.

A cada gremio de la ciudad dan un toro y compiten entre sí los gremios sobre cuál adorna mejor el que le corresponde, poniéndoles mantillas ricamente bordadas con las armas del gremio que pertenecen, divisas costosas de flores, cintas o de galones de oro y plata, todo lo cual es gaje del espada que mata el toro.

El precio de la entrada son diez reales vellón, pero hay luego que pagar algo más para entrar en los palcos por asientos: además hay palcos particulares, donde van las personas de distinción. Los empresarios de la plaza pagan una crecida contribución al gobierno por cada corrida.

Muy temprano en la tarde del día fijado para una corrida de toros, todas las calles de Lima que dirigen a la plaza se llenan de carruajes, hombres a caballo y gentes a pie, todos rebosando de alegría y vestidos con lo mejor que tienen.

Cromolitografía sobre la tauromaquia, de William Lake Price. Escuela inglesa
Cromolitografía sobre la tauromaquia, de William Lake Price. Escuela inglesa

A las dos de la tarde se da principio a la función por una especie de preludio o aparato militar. Una compañía que entra de servicio se presenta en la plaza a verificar el despejo, el cual ejecutan con evoluciones ensayadas de antemano, y propias solo para aquel objeto.

Instruidos los soldados de lo que deben hacer, forman figuras y evoluciones diversas, describiendo ya una cruz griega o romana, estrellas, 6 letras que expresen una sentencia como ‘Viva la patria’, ‘Viva San Martín’ o el nombre de cualquiera otra persona que esté a la cabeza del gobierno.

Por final de todas estas marciales pantomimas, forman los soldados en círculo con el frente hacia el tendido y avanzan hacia los palcos conservando su misma formación y ensanchando sus distancias, hasta que llegan a ellos y suben al tendido.

Todos estos movimientos se ejecutan al golpe de tambor y producen un efecto muy vistoso y agradable. Una banda de música militar toca en los intermedios. También asiste una pequeña banda cívica con instrumentos de viento.

Acabado el despejo, se presentan diez o doce toreros de a pie, con vestidos de majo de seda de colores diferentes, bordados de oro y plata. Algunos de ellos, con especialidad de los matadores, son criminales perdonados y todos reciben una crecida suma por cada una de las corridas a que asisten.

Diferentes aficionados, montados en caballos excelentes y vistosamente aderezados, se presentan al mismo tiempo. Cuando todo está pronto y preparado, el que preside la plaza tira desde su palco la llave del toril a un alguacil que la está esperando, el cual sin galopar el caballo y llevándolo al portante la conduce al que abre la puerta al toro, y en la misma forma atraviesa la plaza y se retira.

Así que la puerta de debajo del palco del ayuntamiento se abre, sale el toro del toril velozmente y como desconoce el sitio, se ve solo y la gritería le confunde, se detiene y mira impaciente alrededor; pero pronto lo enfurecen humándole de un lado y otro con las capas, poniéndole banderillas, cohetes y otros estímulos semejantes. También ponen en la plaza algunos figurones o dominguillos hechos con pellejos llenos de viento o paja que contienen espacios donde colocan pájaros, y a veces cohetes, que al embestirles el toro salen los pájaros o se encienden los cohetes.

Corrida de toros, por Francisco de Goya
Corrida de toros, por Francisco de Goya

Además, como algunos de los figurones tienen un peso en su base superior al resto de ellos, quedan derechos por más que el toro los embista y eche por el aire. Los aficionados a caballo hacen alarde de su agilidad en manejarlos y capean al toro con la mayor destreza. Manteniendo el caballo sobre las piernas llaman al toro, embiste el animal, le sacan la capa desde lo alto del caballo y haciendo a este volver sobre las piernas en el mismo sitio que ocupa, quedan en suerte para volver a pasar la capa por segunda vez al embestir nuevamente la fiera; operación que ejecutan varias veces con la mayor gentileza y bizarría, y van enseguida a dar una vuelta a la plaza a recoger los aplausos que han merecido y las miradas o agradable sonrisa de alguna belleza favorita a quien pretenden interesar.

Esta forma de capear el toro a caballo es únicamente usado en la América del Sur, y ciertamente solo allí podría hacerse porque en ninguna otra parte del mundo ni la agilidad de los caballos ni la destreza de los jinetes lo permitirían.

Algunas veces sacan al toro albardado con una red de cohetes y fuegos de artificio, que incendiándose sucesivamente le asustan, le enfurecen y enloquecen. Cuando todos los cohetes y pólvora se han consumido, rendido el toro de los esfuerzos que ha hecho, se detiene, escarba en la arena y con la lengua de fuera y ojos centellantes mira enfurecido a todas partes.

Entonces va hacia él uno de los matadores, con una espada recta ancha y de dos filos en la mano derecha, y la muletilla para cubrirse en la otra. Cuando el toro arranca hacia él a toda carrera y furiosamente, el matador se soslaya un poco para la derecha, baja la muletilla para que el toro llegue a tocarla y luego que el animal sobrepasa, la levanta repentinamente para hacerle volver. Este da la vuelta y embiste de nuevo, y la misma operación se verifica por varias veces hasta que logrando cuadrar al toro entra de frente al matador, el cual cubriendo el cuerpo con la muletilla para sacar un poco afuera la cabeza del toro, levanta el brazo derecho y manteniendo tendida la espada la dirige a la cruz del cerviguillo del toro, el cual con la velocidad que lleva se la introduce hasta el puño, pasando el asta derecha por debajo del brazo del matador, que en el acto de introducirla gira sobre la izquierda para no ser herido y deja muerto a sus pies al furioso animal.

Millares de pañuelos tremolan al aire; palmadas y vivas y mil signos de aplauso son la señal de la aprobación del público y de que el espada mató bien el toro, es decir, que no dio la estocada ni más baja ni más alta del lugar debido.

Enseguida, cuatro caballos ricamente enjaezados con vistosas mantillas y banderolas, enganchados a un largo balancín que tiene en su centro una argolla de hierro, entran en la plaza a toda carrera, enganchan al toro con un lazo al balancín y lo sacan arrastrando a todo escape, acompañado de la festiva algazara y palmoteos de los concurrentes.

Toreros, por Tito Salas
Toreros, por Tito Salas

Otros toros salen, se lidian y matan en la misma manera por las otras cuadrillas y los otros espadas. (A) uno de los toros lo matan generalmente con un gran cuchillo, agarrado por el matador de forma que cuando extiende el brazo está la punta perpendicular al suelo. Acosado el toro por algún tiempo, como queda anteriormente descripto, se presenta el matador como en los otros casos; pero en vez de recibir al toro de frente y con la espada, da un paso al costado cuando el toro le embiste y con la mayor destreza le clava el puñal en la nuca y lo mata en el acto.

Enseguida sale un toro para ser garrocheado. Los picadores salen montados, defendidas las piernas con grandes botines forrados con planchas de hierro, papel y ante para que el asta del toro no penetre, y armados de una garrocha. Llaman al toro y lo reciben con la pica enristrada, la cual le clavan en el morrillo, y el objeto de la suerte no solo es detener a la fuerza al toro en su embestida, sino obligarle a salir para fuera al mismo tiempo que volviendo el caballo en dirección opuesta, salen uno y otro a la carrera para volverse a encontrar a pocos instantes; pero los caballos que montan son tan malos que difícilmente pueden resistir el ímpetu del toro y la consecuencia general es que el caballo cae o le da una o dos cornadas el toro, le saca las entrañas las cuales con el movimiento se desprenden cada vez más, hasta que suele pisárselas, sin que por ello lo retiren hasta que va a morir, presentando la vista más desagradable y bárbara.

Los picadores corren mucho riesgo, pues las garrochas tienen únicamente un pequeño pincho a la punta para afirmar y contener el toro, pero no para matarlo ni causarle un daño de importancia. Así pues, luego de haberle fatigado bien y divertido al público, sale un espada y lo mata como al ordinario.

(A) el otro toro que sale con las puntas de las astas cortadas, lo atacan seis u ocho indios con lanzas cortas, los cuales se ponen en fila rodilla en tierra, como lo hace la primera fila de un batallón de infantería para recibir una carga de caballería. Uno o dos indios van por el aire y los otros se levantan y siguen al toro; pero así que este se vuelve, ponen nuevamente rodilla en tierra y lo reciben como antes. Rara vez logran matar al toro y sale un espada a poner fin a los sufrimientos del pobre animal.

Algunos de los indios quedan generalmente estropeados de los golpes que reciben; y siempre se ponen medio borrachos antes de entrar en la plaza, alegando para ello que pueden resistir mucho mejor al toro, cuando lo ven con dos cabezas.

Otro toro sale únicamente para la suerte de la lanzada. Esta se reduce a fijar en tierra un zoquete de madera contra el cual apoya un indio el regatón de una lanza muy larga con una lengüeta muy afilada y de mucha extensión.

Al toro lo punzan y mortifican en el toril expresamente hasta que lo enfurecen; entonces le abren la puerta y en su furia se dirige al indio, que rodilla en tierra y vestido de encarnado está en medio de la plaza agarrado de la lanza. El toro embiste con toda su furia y a toda carrera, y el indio dirige al testuz la punta de la lanza, la cual con el ímpetu del toro y apoyada contra el madero penetra de tal manera que rompiendo cuantos huesos encuentra suele salir por el lomo o por la cola del animal, que a los pocos pasos cae y muere.

Escenas de tauromaquia en España, siglo XIX
Escenas de tauromaquia en España, siglo XIX

El indio no peligra en esta suerte, si es que para ello tiene valor y serenidad bastante, pues luego que dirige la lanza, se tira a un lado y deja pasar al toro.

Después de esta suerte, sale un toro con la cola levantada, bramando, a todo correr y dando brincos con un hombre montado sobre el lomo. El animal salta, da corcovos y hace cuantos esfuerzos puede para tirar al jinete, con no poca diversión de los concurrentes. El hombre al fin suelta las correas que le aseguran al lomo del toro, salta en tierra y una multitud de aficionados a pie y a caballo atacan al toro por todos lados.

Cuando un matador mata al toro, va enseguida a saludar frente del palco del gobierno y luego va al del Ayuntamiento; rendido este obsequio a las autoridades, da vuelta a la plaza, recibiendo los aplausos en proporción de la destreza que ha manifestado y la diversión que ha ofrecido.

Entonces vuelve frente del palco del Ayuntamiento y recibe de uno de sus miembros nombrado juez para aquel caso, la propina a que se ha hecho acreedor, la cual se reduce a unos cuantos duros que le tiran a la plaza.

Cuando los espectadores quedan muy satisfechos de su destreza, muchos de ellos echan también dinero a la plaza”.

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