Antonio José de Sucre y José Francisco Bermúdez

Sucre salva a dos españoles de una matanza ordenada por Bermúdez

La Guerra a Muerte desoló a Venezuela durante varios años. No había cuartel para los derrotados, solo la tumba. Y hubo alguien que, a pesar de haber perdido a varios familiares cercanos en el conflicto, no fue partidario de aplicarla: Antonio José de Sucre.

El Tratado de Regularización de la Guerra en 1820 y las Capitulaciones de Pichincha y Ayacucho son obra del cumanés, que en la guerra perdió, víctima de la crueldad de los realistas, a hermanos y hermanas.

Vicente Pesquera Vallenilla, biógrafo de Sucre, contó en su obra de 1895 una acción del futuro Gran Mariscal de Ayacucho para evitar que dos prisioneros españoles fueran ejecutados por órdenes de José Francisco Bermúdez.

A diferencia de Sucre, su paisano Bermúdez sí aplicó la Guerra a Muerte con soltura, en venganza por el asesinato de su hermano Bernardo a manos de los monárquicos.

Vamos con la narración de Pesquera Vallenilla:

“Apenas había logrado Sucre poner en pie 1.000 jinetes y 250 infantes, con lo que probó, sin embargo, ser un gran organizador militar, pues tal era la escasez de hombres para el servicio activo de las armas, y tal el terror que infundían las legiones de Boves y sus tenientes, que se hacía imposible el levantamiento de divisiones numerosas.

Las cosas en este estado, preséntase Morales el 7 de setiembre frente a Maturín, a la cabeza de 7.000 soldados, intimando la rendición de la ciudad.

Los patriotas, aunque inferiores en número, respondieron con brío al descastado jefe: que el pueblo de Maturín prefería su exterminio a la esclavitud. Tan heroica como categórica respuesta hirió en lo más íntimo la vanidosa presunción de aquel desalmado que había creído en su insania que su sola presencia y su fama de sanguinario bastaban para que aquel puñado de libres se rindiesen a discreción, e instigado por su loco furor, desplegó el 8 sus tropas en alas circunvalando la población.

Antonio José de Sucre
Antonio José de Sucre

Por espacio de cuatro días de incesante batallar sostuvieron los patriotas sus posiciones, sin ceder un palmo de tierra, no obstante las repetidas cargas del enemigo, hasta que Bermúdez, advirtiendo lo infructuoso que se hacía la pelea, dispuso que Sucre tomase la ofensiva; y en efecto, el 12 arremetieron los patriotas a Morales, por los flancos de su ejército, sosteniéndose entre ambos combatientes una lucha obstinada, hasta que el triunfo decisivo coronó los esfuerzos de los defensores de la República.

En esta acción de armas la pérdida de los realistas alcanzó a 1.200 hombres entre muertos y heridos, 900 prisioneros, 1.500 cartuchos, 2.100 fusiles, 700 caballos, 600 bestias en pelo, 800 reses mayores; ascendiendo las bajas de los patriotas a 74 muertos y 100 heridos.

En tan disputada batalla no se le dio cuartel al vencido, y de ahí que el número de muertos subiera de una manera tan considerable.

Esa horripilante carnicería estaba apoyada en el Decreto de Guerra a Muerte, justa represalia empleada por Bolívar para detener los asesinatos en masa que a sangre fría perpetraban los jefes realistas.

Pero también es cierto que, si se hizo más inhumana la matanza, fue debido a que Bermúdez, guardando rencor implacable en su corazón contra los españoles que habían asesinado en Yaguaraparo a su hermano Bernardo por orden de Cervériz, vengaba con la inmolación de inocentes infelices aquella muerte que, si en verdad fue consumada con crueldad, costó mares de sangre derramada en aras del más reconcentrado odio que entre sí se profesaban en aquellos tiempos dos pueblos, cuya saña nada era parte a aplacar.

Una de ellas debía predominar o extinguirse. Eran dos generaciones que llevaban opuestos fines. La una caducaba bajo el peso de las que habían sido sus conquistas; la otra se levantaba altiva, con diadema de juventud y visión de lo porvenir, dispuesta a perecer en la contienda antes que seguir humillada bajo el látigo de presuntuosos Virreyes, por lo que tuvo la hidalga raza española que ceder el campo al bote de las lanzas de los soldados de la República, a la gente americana.

José Francisco Bermúdez
José Francisco Bermúdez

Al siguiente día de la catástrofe, cuando aquel campo estaba aún humeante la sangre, se propuso Sucre recorrerlo personalmente acompañado de su ordenanza, y en su excursión encontró dos españoles bajo un árbol con aspecto sereno.

El uno, catalán, se dio a conocer como soldado y con el nombre de Palau; el otro, con la graduación de sargento, y de apellido Rodríguez.

Sucre, dando poca importancia a aquellos hombres, les advirtió el inminente peligro de muerte que corrían si alguna partida patriota de las que merodeaban en distintas direcciones los encontraban.

A esta prudente advertencia repuso Palau:

‘¡Que vengan! ¡Que vengan! ¡Que nosotros no pasamos de aquí como Cristo no pasó de la cruz!’.

Sucre, sorprendido del valor desplegado por aquellos dos hombres y sintiendo en lo intimo de su ser el efecto que produce el heroísmo en las almas nobles, trató de persuadir que escapasen, pero ellos con estoica frialdad, mostrándole los pies hinchados en extremo, probaron la imposibilidad en que se hallaban de huir.

Sucre, previendo que aquellos infelices tendrían un fin desastroso si permanecían en aquel sitio, ordenó a su ordenanza echar pie a tierra e hizo montar en la caballería de éste a los dos españoles conduciéndolos al campamento.

Fusilamientos durante la Guerra a Muerte, por Antonio Bosch Penalva
Fusilamientos durante la Guerra a Muerte, por Antonio Bosch Penalva

Bermúdez se empeñó en pasar por las armas a aquellos dos desgraciados, pero Sucre se opuso enérgicamente, diciéndole:

‘Salvad el nombre de la República, que es más glorioso que ganar una batalla’.

A la poderosa mediación de Sucre, basada en los dogmas del Cristianismo y en la magnanimidad liberal, se conservó la vida a ambos prisioneros, quienes, agradecidos, se consagraron al servicio de la Independencia, muriendo Palau en Cumaná ejerciendo el destino de Alcaide de cárcel bajo el régimen republicano y Rodríguez en la acción de Matará, peleando a favor de la libertad con el grado de Primer Comandante”.

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