El asesinato de Antonio José de Sucre, por Arturo Michelena.

El asesinato de Antonio José de Sucre, por Alfonso Rumazo González

Amanece plenamente. Apolinar Morillo, Juan Cuzco y los dos Rodríguez, escondidos en el bosque, se disfrazan, atándose barbas de musgo. Obran como cobardes. Lo demuestran. La luz les estorba; pero también les favorece, porque podrán apuntar certeramente. Morillo toma la precaución de cargar su arma con dos balas…

El grupo salió de La Venta, en dirección a Pasto, hacia las 7 de la mañana. Sucre buscó la brillantez del día, para evitar que los posibles asesinos se aprovecharan de las sombras. ¿Llevaba la secreta convicción de que había sorteado un grave peligro la noche anterior, o le acuciaba más bien la angustia de que podía verse sorprendido en cualquier momento?

Antonio José de Sucre, por Santiago Martínez Delgado.
Antonio José de Sucre, por Santiago Martínez Delgado.

El camino, de ascenso, muy angosto y con fango resbaloso, fuerza a remontar la pequeña cordillera, para descender luego, por entre barrancos, hasta entrar en la selva fría de Berruecos. Por ella, la ruta era “un angosto desfiladero o un sendero pantanoso -la vía aquella fue abandonada después, por mala y peligrosa-, el cual se rompe en estrecha vereda, entre ascensos y bajadas; el boscaje oscurece y mantiene húmedo el sendero, sin que se pueda entrar o salir por otros puntos que no sean sus dos bocas de monte: la una, Berruecos, que da el nombre a la región, y la otra, la Venta”. Dentro, los puntos del trayecto se denominan La Capilla, El Cabuyal, La Jacoba.

Van delante los arrieros, bastante lejos de los demás, conducidos y cuidados por el sargento Colmenares; el negro Francisco, sirviente del diputado García, camina también en ese grupo. A distancia, atrás, el diputado, a quien sigue el mariscal. Y retrasado, el sargento Caicedo, que se apea “para componer su maletera”. La separación se produce por causa del tortuoso desfiladero; que hasta no entrar a él, juntos avanzaban, en haz compacto. Son las 8.

Antonio José de Sucre
Antonio José de Sucre

De pronto una voz grita de dentro del follaje: “¡General Sucre!”. Vuelve éste la cara; suena un disparo; inmediatamente, tres más. El mariscal alcanza a decir: “¡Ay, balazo!”, y cae de la mula. Uno de los disparos, el de fusil hecho por Morillo -se ufanaba éste de eso, ya en casa de Erazo-, dio en la tetilla izquierda, mató instantáneamente. Ese corazón de tan irrevocable nobleza fue el destrozado. Allí operó la muerte: en lo más limpio. Los disparos de los otros dos hicieron impacto en la cabeza, superficialmente, y perforaron el sombrero. Una de las balas rompió de la oreja a la nariz. Un cortado hirió levemente la garganta (los “cortados” eran pedazos de plomo cortados a cincel). El sombrero, de ancha ala, quedó con tres agujeros; y en la corbata se encontraron dos de esas rústicas piezas metálicas preparadas por Sarria; una vez lanzadas por el fogonazo, se dispersan, clavándose aquí y allá. Juan Gregorio Rodríguez solo hirió el cuello de la mula, que salió en desaforada carrera. No tenía el tolimense ni puntería.

El asesinato de Antonio José de Sucre, por Bosch Penalva.
El asesinato de Antonio José de Sucre, por Bosch Penalva.

Corre Caicedo y encuentra el cuerpo exánime de su amo. Alza la vista, mira en derredor y ve a los victimarios, “que fueron cuatro -dice- que no conoció, de color acholados, armados cada uno con su carabina, y al uno le pudo ver también que tenía un sable colgado de la cintura (Morillo)”. Retrocede el negro, más rápido, más rápido aún. Los asesinos le siguen un trecho y le gritan: “¡Párate, Caicedo!”. Él no se detiene hasta que no llega a La Venta, “a procurar reunir alguna gente, para volver a perseguir a los asesinos, y no pudo conseguirlo”.

Corre el diputado José Andrés García, quien ante los disparos y el grito de “¡Ay, balazo!”, dado por el mariscal, pica su mula “para salvarse -tal lo dijo en el proceso- del peligro que le amenazaba; y a distancia de poco más de una cuadra repara que el macho el que venía montado el general venía sin el jinete, y con dos balazos en la tabla del pescuezo”. Corre, hasta llegar a Pasto, a Quito, a Cuenca.

Cráneo de Antonio José de Sucre, por Joaquín Pinto.
Cráneo de Antonio José de Sucre, por Joaquín Pinto.

El sargento Colmenares, que iba adelante custodiando el equipaje, percibe los tiros. “Creyó –declara- que el diputado García los hubiese hecho con las pistolas que traía, para matar algunas aves; pero poco dilató en que este señor hubiese alcanzado al declarante, pasándose delante sin comunicar cosa alguna, y luego llegó también el macho en que venía montado el señor general, y como lo vio herido en la tabla del pescuezo, receló mal suceso en el señor general, y pronto remitió a los dos arrieros a reconocer qué suceso había sido, los que fueron y volvieron luego a darle parte que el señor general había sido muerto, y fueron también llevando su sombrero y la caballería en que venía Lorenzo Caicedo; con lo cual siguió con el equipaje y arrieros hasta la pascana de Olaya”.

José María Obando, autor intelectual del asesinato de Sucre.
José María Obando, autor intelectual del asesinato de Sucre.

Corren los criminales, huyen. “Oyeron un ruido en la montaña -Desideria Meléndez los escuchó, en su casa esa tarde-, después de quedar muerto el general Sucre, y salieron en carrera, rompiéndose Morillo la funda del sombrero en la carrera: Andrés Rodríguez, el peruano, se había caído en un charco de agua y se había mojado todo”. Van a parar, como lo tenían convenido, en el Salto de Mayo. Ahí Morillo -lo confesó él mismo- “sacó los 40 pesos que le había entregado el general Obando y los distribuyó entre los tres asesinos y José Erazo; inmediatamente le escribió al General José María Obando una carta, para comunicarle que estaba desempeñada su comisión; y para no ponerlo claramente el asesinato, se expresó en estos términos: la mula de su encargo ya está cogida…”. El papel fue entregado a Erazo, para que se lo diese “cuando llegara el comandante Álvarez con la tropa”. Ese mismo día salió Morillo para Popayán “a concluir su comisión -añade-, que era orden que también le había dado el general José María Obando para que, si ejecutaban el asesinato del general Sucre, inmediatamente marcharse a Popayán y pusiera en conocimiento al señor general José Hilario López la consumación del asesinato”.

El asesinato de Antonio José de Sucre, por Pedro José Figueroa.
El asesinato de Antonio José de Sucre, por Pedro José Figueroa.

Corren todos, huyen todos, y el cadáver del glorioso mariscal yace abandonado, solitario, en medio del bosque. El noble rostro, las manos, enlodados están. Lo único que se percibe ahí es el hondo silencio posterior a la tragedia. La sangre de la víctima pone rojo el limo; un rojo viscoso oscuro, que se ve algo más claro en la mejilla. Cayó de lado, y los coágulos quedan prensados entre el cuerpo y el suelo. Ese gran hombre triste no tuvo a nadie en sus instantes postreros.

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