Prisión de Francisco de Miranda. Imagen de Antonio Bosch Penalva

La prisión de Francisco de Miranda, por Caracciolo Parra Pérez

La madrugada del 31 de julio de 1812, el generalísimo Francisco de Miranda era apresado por sus antiguos subordinados, entre ellos el entonces coronel Simón Bolívar, antes de irse al extranjero por La Guaira. El viejo revolucionario firmó, el 25 de julio, la capitulación frente a los realistas, considerada como una traición por sus oficiales.

Caracciolo Parra Pérez en su Historia de la Primera República de Venezuela, narra el crucial momento de la captura de Miranda y su entrega a los monárquicos.

“Cuando, el 30 de julio, supo Miranda que Monteverde estaba a tres leguas de Caracas, salió para La Guaira, donde llegó a las siete de la noche, hospedándose en la residencia de Casas.

Precedíanle o seguíanle muchos jefes y oficiales y otros fugitivos patriotas, venidos con la intención de embarcarse para el extranjero y huir de los realistas, en cuyas promesas no creían.

Firma de la Capitulación de 1812. Ilustración de Antonio Bosch Penalva
Firma de la Capitulación de 1812. Ilustración de Antonio Bosch Penalva

Reinaba grande animosidad contra el Generalísimo, a quien se acusaba de ineptitud en su conducta militar y aún de traición pura y simple y de haberse vendido al enemigo.

El misterio que envolvía la capitulación, cuyos términos pocos conocían y que muchos decían solo se firmaría a bordo, aumentaban la ira y los temores.

Felipe Fermín Paúl dice que ningún empleado de Caracas y La Guaira estaba en aquellos momentos enterado de la capitulación, cosa inverosímil, y agrega que el pacto de Miranda con los realistas ‘no tenía la aprobación de la voluntad y opinión general’, lo cual no es cierto porque, como está dicho, una y otra se habían levantado contra el régimen republicano.

En todo caso, los oficiales daban fe a las aseveraciones y rumores citados y tal estado de los ánimos determinó en la propia noche del 30 la reunión que decidió la suerte de Miranda.

Según la versión corriente, juntáronse en secreto el jefe político, doctor Miguel Peña; el comandante militar, Manuel María de las Casas; los coroneles Simón Bolívar, Juan Paz del Castillo, José Mires y Manuel Cortés Campomanes; los comandantes Tomás Montilla, Miguel Carabaño, Rafael Castillo, Rafael Chatillon, José Landaeta, que mandaba la guarnición; y Juan José Valdés, sargento mayor de la plaza.

Juzgaron todos severamente los procederes de Miranda, que entregará el país a la ruina y los patriotas a la venganza realista; hízose notar que, con grave riesgo de todos, faltaba a la capitulación el requisito esencial de la ratificación; afírmose que el viejo prócer había recibido del enemigo, como precio de su traición, una suma enorme ya trasladada a un barco inglés y con la cual se preparaba a largarse al exterior, que era su verdadera patria; alegáronse, en fin, las ‘acaloradas e injuriosas contestaciones’ que el Generalísimo acababa de dar a la solicitud de explicar los hechos que le hicieran Gual y Paz del Castillo, sujetos dignos de todo respeto.

Prisión de Francisco de Miranda. Imagen de Antonio Bosch Penalva
Prisión de Francisco de Miranda. Imagen de Antonio Bosch Penalva

Es posible que esta última escena se verificara durante la comida, cuando al decir de Larrazábal y hallándose presentes Casas, Peña, Gual, Castillo y otros, el capitán Haynes instó inútilmente a Miranda a ir a bordo sin retardo.

Tales fueron los cargos terribles e infamantes formulados por aquella especie de consejo de guerra que se aprestaba a cumplir uno de los actos más graves de la historia venezolana.

Así, los indignados patriotas estaban decididos a castigar a su antiguo jefe y, en todo caso, a impedirle que se embarcarse solo o que lo hiciese antes de justificarse. Bolívar pidió categóricamente que se le fusilara como traidor, a lo cual se opuso Casas. El coronel Belford Wilson escribió a O’Leary en 1832:

‘El general Bolívar siempre se glorió delante de mí de haber arriesgado su propia salvación, que pudo haber conseguido embarcándose, con el fin de asegurar el castigo de Miranda por la traición que se le atribuía. No carecían de fundamentos sus razones, pues arguía que si Miranda creyó que los españoles observarían el tratado, debió quedarse para hacerles cumplir su palabra, y si no, era un traidor por haber sacrificado su ejército’.

Belford Wilson

A decir verdad, Bolívar no había ‘conseguido embarcarse’ porque, como veremos más adelante, Casas cerró el puerto. O’Leary afirma que el futuro Libertador partió de Caracas ya ‘resuelto a impedir la salida de Miranda’. Es indudable que la tentativa de este de partir precipitadamente y la orden dada en La Guaira de que nadie, sino él, pudiera embarcarse, orden que Briceño Méndez califica de ‘nueva traición’, eran errores funestos que permitían diversas interpretaciones. Sea lo que fuere, los conjurados decidieron prender al general. Austria, testigo ocular, narra con detalles la operación:

‘El coronel Casas debía situarse en el castillo del Colorado, al frente de las tropas; el mayor de plaza, Valdés, cubriría con una fuerte guardia la casa donde estaba alojado el Generalísimo; el coronel Bolívar, acompañado de los comandantes Chatillon y Montilla, debían apoderarse de grado o por fuerza de su persona; y el coronel Mires recibirla y custodiarla en el castillo de San Carlos. Todo se ejecutó como se había dispuesto y antes de amanecer el 31 de Julio ya estaba preso el general Miranda’.

José de Austria

Cuando los oficiales entraron en la pieza donde dormía el Generalísimo, este creyó que venían a despertarle para que se embarcarse. Al advertir de lo que se trataba, tomó de manos de su edecán Soublette la linterna y, alzándola hasta la cara de los conjurados para reconocerles, pronunció la frase célebre: ‘Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche’. Y siguió en silencio a sus enemigos.

Miranda en La Carraca, por Antonio Bosch Penalva, versión de la obra de Arturo Michelena
Miranda en La Carraca, por Antonio Bosch Penalva, versión de la obra de Arturo Michelena

El hombre a quien Heredia llama ‘el gran promovedor de la Independencia del continente colombiano’ fue entregado a Cervériz por ‘sus amigos más favorecidos’, es decir, por Casas y Peña, que esperaban ‘o congraciarse de este modo con el gobierno español, o porque temían que su fuga podía servir a este de pretexto para no cumplir la capitulación”.

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