Antonio José de Sucre. Al fondo, el volcán Pichincha.

La Batalla de Pichincha, por Manuel Antonio López

El 24 de mayo de 1822, las fuerzas patriotas, bajo el mando de Antonio José de Sucre, derrotaron a las realistas de Melchor Aymerich en las faldas del volcán Pichincha, a las afueras de Quito.

Con el triunfo republicano de esa mañana, el actual Ecuador pasó a formar parte de la América independiente.

El neogranadino Manuel Antonio López (1803-1891) estuvo en el combate como abanderado, y en sus Recuerdos Históricos dejó por escrito su visión de Pichincha.

“Como a las ocho y media de la mañana del 24, nuestra vanguardia coronó la altura, donde hizo alto para reunir el Ejército que iba disperso y aguardar el parque, el cual se había atrasado, bajo la custodia del batallón Albión.

Como habíamos hecho la marcha por detrás de las colinas bajas del Pichincha para ocultar el movimiento, nos quedamos al descenso de la loma a fin de no ser vistos de la ciudad. El enemigo, que cuando aclaró el día vio que nuestro Ejército no se encontraba ya en el pueblo, ni sabía qué camino había tomado, empezó á informarse mandando espías por todas partes, hasta que supo a punto fijo la dirección que llevábamos, y sin pérdida de tiempo marchó a la ciudad, donde los coroneles Don Carlos Tolrá y Don Nicolás López juzgaron temeraria nuestra marcha por aquella ruta, y se propusieron subir el Pichincha, ocupar su cima y tomar una posición para impedirnos el paso y batirnos en detalle.

Pero esta operación fue tardía: nuestro Ejército se encontraba reunido, menos el Batallón Albión y el parque; había descansado de la penosa marcha de la noche y estaba acabando de almorzar, cuando a las diez de la mañana anunciaron nuestros espías al General en Jefe, por tres distintos conductos, que el enemigo se aproximaba subiendo el Pichincha.

Antonio José de Sucre, por Antonio Bosch Penalva

El coronel Antonio Morales (después general), Jefe de Estado Mayor del Ejército, nos dio la voz de alarma y mandó salir en tiradores la compañía de cazadores de Paya, apoyada por otra de la División del Perú; éstas ocuparon la cumbre de la loma; al divisar la ciudad dieron un grito de alegría vitoreando a la Patria y el resto del Ejército siguió su a movimiento.

Los enemigos casi coronaban la altura por entre la maleza del terreno cubierto de matorrales y sumamente quebrado, cuando nuestros tiradores descendieron como media cuadra, se encontraron con ellos a tiro de pistola y rompieron el fuego, empeñándose la lucha entre las descubiertas a pie firme.

A los primeros tiros, los batallones números 4° y 8° del Perú ocuparon el ala derecha, encontrándose con dos batallones que subían por entre el bosque a tomar una pequeña altura sobre la cima, y comprometieron la batalla; fue necesario reforzar los tiradores por el centro, y el Batallón Yaguachi ocupó inmediatamente la línea; el coronel Córdova, con el Batallón Alto Magdalena, ocupó el ala izquierda, sin entrar en combate por entonces porque la tropa enemiga destinada a cargar por ese lado se había dilatado en subir por lo áspero del terreno; el Batallón Paya quedó de reserva, y el Albión con el parque no había llegado.

Daniel Florencio O'Leary, por Martín Tovar y Tovar
Daniel Florencio O’Leary, por Martín Tovar y Tovar

El General en Jefe mandó precipitadamente al comandante Daniel F. O’Leary (después general) a que lo hiciera llegar lo más pronto posible, aunque fuera a espaldas de los indios.

Los batallones del Perú, al encontrarse con el enemigo, lo arrollaron por más de una cuadra hasta donde halló una posición ventajosa y se paró a combatir a pie firme; nuestros tiradores y el Batallón Yaguachi lo hicieron descender en el centro de la línea hasta donde encontró medio batallón de Aragón que lo reforzó y se mantuvo también a pie firme.

El otro medio Batallón de Aragón subía por nuestra ala izquierda y tenía que flanquear una pequeña ondulación de la loma para llegar donde estaba el coronel Córdova con el Batallón Alto Magdalena que, descansando sobre las armas, estaba preparado a recibirlos.

El fuego era nutrido por ambas partes, sin interrupción alguna, y por momentos crecía el ardor del combate.

El General en Jefe se dirigía a un lado y a otro buscando un punto desde donde pudiese ver la tropa que combatía; pero fue en vano, el terreno no se lo permitía. Eran las once y el parque no llegaba: un ayudante salió a todo escape encargado de hacerlo conducir a todo trance, porque la tropa que estaba combatiendo casi había agotado las municiones, y sin embargo el fuego se sostenía vivamente.

Eran cerca de las doce cuando los cuerpos del Perú, sin municiones, empezaron a hacer fuego en retirada; el enemigo, aprovechándose de esta ventaja, recuperó la posición que había perdido y adelantó hasta muy cerca de la cumbre.

En aquellos momentos llegó el parque, y el Batallón Albión fue destinado a proteger el flanco derecho del Alto Magdalena, a quien ya había atacado el medio Batallón de Aragón, y otro batallón que ya llegaba á la altura trataba de cortarlo interponiéndose por el flanco izquierdo de la línea que sostenía el Yaguachi.

José María Córdova en Ayacucho. Boceto de Tito Salas
José María Córdova en Ayacucho. Boceto de Tito Salas

Albión salió al encuentro de este cuerpo y lo rechazó hasta la quiebra de la loma, al mismo tiempo que el coronel Córdova batía el medio Batallón de Aragón.

Retirados los batallones del Perú, fue necesario reemplazarlos y reforzar a Yaguachi, que había agotado las municiones de suerte que casi se había apagado el fuego en la línea.

Sin perder un instante se le mandaron algunos cajones, se reanimó el combate, y el general Mires, desmontándose de su caballo, desenvainó su espada, se puso a la cabeza del Paya y cargó con él al enemigo por nuestra ala derecha que, con la retirada de los peruanos, había quedado descubierta.

La carga fue tan impetuosa que lo desalojó de la posición que había ganado. Rechazado, tomó otra más ventajosa, y después de dos fue también desalojado de ella, y así siguió forzado a ceder el campo de trecho en trecho; todos los cuerpos cargaron con resolución a un mismo tiempo y arrollaron al enemigo en todas direcciones.

Su reserva trató de restablecer el combate en la falda de la loma; pero apenas pudo sostenerse poco rato, porque se le cargó por todas partes y se declaró en derrota dejando en nuestro poder muchos prisioneros y entrándose a las calles de la ciudad para ir a refugiarse al Panecillo, último baluarte que les quedaba.

Varios oficiales y tropa del Batallón Paya, y yo, abanderado del cuerpo, llegamos hasta la recoleta de la Merced, en cuya torre vieron los quiteños, por la primera vez, ondear triunfante el pabellón de Colombia.

El coronel Don Carlos Tolrá, que con la caballería formada en el ejido de Añaquito había estado observando el combate, luego que vio su decisión, y que se le unió el Batallón Tiradores de Cádiz y parte del de Cataluña, se puso en retirada para Pasto con el objeto de reunirse a la División que mandaba Don Basilio García.

El General en Jefe hizo bajar precipitadamente la caballería en su persecución y despachó al comandante O’Leary al instante bajando la loma en el menor tiempo que le permitía lo malo del camino; pero cuando llegó al ejido, llevaban de ventaja más de una legua y no fue posible alcanzarlos.

De Guayabamba regresó llevando la noticia de que se iban dispersando en la fuga.

Melchor Aymerich
Melchor Aymerich

Don Melchor Aymerich contestó a la intimación, que se entregaría por una capitulación. A las cinco de la tarde, el Ejército descendió del Pichincha trayendo todos los heridos, y se situó en la Chilena, que es un cerrito bajo con algunas casas a la entrada de la ciudad por la parte del norte, donde pernoctó.

Al día siguiente por la mañana se presentaron los comisionados, coroneles Don Francisco González y Manuel Martínez de Aparicio, para celebrar la capitulación, que fue ajustada, concediéndoles muchas garantías; firmada у ratificada, ocupamos la ciudad después del medio día.

El comandante Mackintosh, con el Batallón Albion, fue destinado a ocupar el Panecillo y recibir el armamento, parque у demás elementos de guerra; y como este cuerpo no tenía bandera para enarbolarla en la fortaleza, el General en Jefe me ordenó que fuese con él.

Luego que llegamos al Panecillo se presentaron los oficiales y la tropa española de nacimiento que había capitulado, se formaron en la plazuela de la fortaleza, hicieron un saludo a su bandera, la bajaron, la guardaron en una caja para llevarla a España, entregaron las armas, y yo icé la de Colombia, que desde entonces empezó á flamear en la capital de Atahualpa.

La pérdida de los españoles en esta jornada consistió en dos oficiales y 400 de tropa muertos, 193 heridos, 160 jefes y oficiales y 2.100 de tropa prisioneros y capitulados, 14 cañones, 1.700 fusiles y fornituras, banderas, cornetas, cajas de guerra, municiones, y cuantos elementos tenían en su poder.

Por nuestra parte tuvimos que lamentar la muerte del teniente Molina, la del subteniente Mendoza y la de 200 valientes de tropa, entre éstos algunos de los prisioneros de Yaguachi.

Abdón Calderón herido en Pichincha
Abdón Calderón herido en Pichincha

Salieron heridos los capitanes Cabal, Castro y Alzuru, los tenientes Calderón y Ramírez, y los subtenientes Arango y Domingo Borrero y 140 de tropa.

De estos oficiales murió la misma noche del día de la batalla el teniente Abdón Calderón, cuya conducta fue tal que bien merece que consagremos un artículo especial a conmemorarlo; y cinco días después murió el subteniente Borrero, primo hermano del autor de estas memorias”.

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